Existen diversas alternativas limpias a la propulsión eléctrica en el ámbito de la movilidad. Con el declive de la era del petróleo, es esencial considerar combustibles alternativos al gasóleo y la gasolina, muchos de los cuales son sostenibles y respetuosos con el medio ambiente. Estos combustibles deben estar en fase líquida para facilitar el almacenamiento y repostaje, y no necesariamente necesitan funcionar en motores diésel.
El Gas Licuado del Petróleo (GLP), ampliamente utilizado en turismos, es una opción destacada. Aunque es un subproducto del petróleo, su adaptación a motores de explosión es simple y económica, y permite el uso combinado con gasolina. Sin embargo, su carácter pesado y propenso a formar bolsas inflamables en caso de fuga es un riesgo a considerar.
El gas natural, proveniente de depósitos fósiles o biogás, es otra opción consolidada para el transporte pesado en ciclo Otto. A pesar de sus ventajas, como la reducción de CO2 comparado con derivados del petróleo, su impacto como gas de efecto invernadero y el coste fluctuante debido a factores geopolíticos son desafíos. Puede almacenarse como GNC o GNL, siendo el segundo más costoso y complejo por su necesidad de condiciones criogénicas.
El dimetil éter (DME), un combustible para motores diésel, destaca por sus bajas emisiones de NOx y CO2, y la ausencia de hollín. Su almacenamiento a -25ºC y su producción mediante deshidratación del metanol o residuos industriales lo hacen una opción viable.
Los biocombustibles, como el biodiésel y el etanol, han sido utilizados desde la Primera Guerra Mundial y son obligatorios en pequeñas proporciones en gasóleo y gasolina por ley. El HVO (Aceite Vegetal Hidrotratado) es una alternativa renovable al diésel que reduce significativamente las emisiones de CO2, NOx y partículas.
Los combustibles sintéticos, como los producidos mediante el proceso Fischer-Tropsch y la electrometanización, convierten CO2 en combustibles líquidos usando energía renovable, ofreciendo un método de captura de CO2 eficaz pero costoso.
Finalmente, el hidrógeno se destaca por su alto poder calorífico, aunque su baja densidad y la necesidad de condiciones especiales para su almacenamiento limitan su uso a gran escala actualmente.