Combustibles Sintéticos

Los combustibles sintéticos están emergiendo como una alternativa viable frente a la creciente apuesta por la electromovilidad, especialmente en el contexto de la escasez y desuso progresivo del petróleo. Aunque la Unión Europea se enfoca en la transición hacia vehículos eléctricos, existen otras opciones energéticas que también son sostenibles y respetuosas con el medio ambiente.

Entre estas alternativas, el gas licuado del petróleo (GLP) es una de las más comunes en vehículos actuales. Este combustible, un subproducto del crudo, tiene un coste inferior al de la gasolina y un rendimiento energético levemente superior, aunque su uso está ligado a las reservas de petróleo. Además, presenta ciertos riesgos, como la formación de bolsas de gas inflamables en caso de fuga.

El gas natural, ya consolidado en el transporte pesado, es otra opción destacada. Puede proceder de fuentes fósiles o ser generado a partir de biogás. Aunque su impacto en términos de emisiones de CO2 es menor que el de los derivados del petróleo, el metano, su principal componente, es un potente gas de efecto invernadero si se libera sin control. El gas natural puede almacenarse en estado gaseoso (GNC) o líquido (GNL), siendo esta última opción más costosa por requerir depósitos criogénicos para su almacenamiento.

El dimetil éter (DME), que alimenta motores de ciclo diésel, y los biocombustibles como el biodiésel y el etanol, son otras alternativas. El DME tiene bajas emisiones y no genera hollín, lo que lo convierte en una opción más limpia. Los biocombustibles, por su parte, ya se utilizan de forma mezclada con combustibles fósiles en motores convencionales, aunque requieren de adaptaciones técnicas en los vehículos para su uso exclusivo.

En cuanto a los combustibles sintéticos, el proceso Fischer-Tropsch permite convertir gas de síntesis en hidrocarburos líquidos a partir de materias primas como el carbón, la biomasa o los residuos orgánicos. También existe la electrometanización, un proceso que utiliza electricidad para convertir CO2 en metano o etanol, siendo una forma de captura y reutilización del CO2 industrial.

Finalmente, el hidrógeno se destaca por su alto poder calorífico, aunque su baja densidad y los complejos requisitos para su almacenamiento limitan su implementación a gran escala.